Hay días en los que no tengo ganas de nada.
Días en los que todo me pesa, y no sé ni por qué.
Antes me culpaba por sentirme así.
Me decía que tenía que ser fuerte, positivo, productivo.
Pero ahora sé que hay días que simplemente no son buenos. Y no pasa nada.
No necesito arreglarme a la fuerza.
No tengo que fingir que estoy bien.
Solo tengo que dejar que pase. Respirar. Esperar. Y confiar en que volveré a estar en mi sitio.
Porque estar roto un rato no significa estar roto para siempre.
Y eso, con el tiempo, también lo aprendes.
