Un joven con rostro angustiado, vestido con abrigo oscuro, sentado junto a una ventana en una habitación pobremente iluminada, con un libro y un tintero sobre la mesa.

“Crimen y castigo”: cuando el verdadero castigo no lo dicta el juez, sino tu cabeza

Hay libros que te entretienen, libros que te emocionan, y luego está Crimen y castigo, que directamente te arrastra por el barro de la culpa humana.

Leer a Dostoyevski es como meterte en un cuarto sin ventanas con tus propios demonios y decirles: “hablad, cabrones”.

Esta novela no va de un asesinato. Va de lo que pasa después. No en la calle, ni en los juzgados… en la conciencia. Raskólnikov mata, sí. Pero el crimen es solo el principio.
El verdadero infierno es el que se fabrica él mismo, paso a paso, con cada pensamiento podrido, cada excusa, cada intento de creerse superior al resto.

¿Es una lectura fácil? Ni de coña.
¿Es ligera? Ni en broma.
Pero si tienes aguante, te regala una experiencia brutal: entrar en la mente de alguien que se está desmoronando mientras finge que lo tiene todo controlado.

Dostoyevski no escribe bonito. Escribe verdad a navajazos. Te mete en callejones sucios, en habitaciones húmedas, en pensamientos enfermizos… y no te suelta hasta que tú también empiezas a dudar de ti misma.

¿Hace falta tener cultura para entender este libro? No.
Hace falta valentía para soportarlo. Y honestidad para admitir que todos llevamos un poquito de Raskólnikov dentro.

No es solo literatura. Es una confesión escrita en ruso, pero que te habla al oído como si fuera tu conciencia la que está en juicio.

¿Quieres sentirte limpia?
Léelo. Te vas a manchar primero, pero luego entenderás cosas que nadie se atreve a decirte en voz alta.

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