Introducción
Muchos lo leímos por primera vez en el colegio: “Con cien cañones por banda, viento en popa, a toda vela…”. En su día lo recitamos sin pensar demasiado, tal vez creyendo que solo era un poema sobre barcos, batallas y aventuras en alta mar. Pero Canción del pirata, escrita por José de Espronceda en pleno Romanticismo del siglo XIX, es mucho más que eso: es un grito feroz de libertad, de rebeldía contra el poder, y de rechazo absoluto a toda forma de autoridad impuesta.
Desarrollo
El poema está escrito desde la voz de un pirata, un personaje que representa lo contrario a los valores tradicionales de la sociedad de la época: no obedece a reyes, no reconoce fronteras, no sirve a nadie. Su única ley es el mar, y su única patria es la libertad. Mientras otros se aferran a normas, religiones o banderas, él se ríe del miedo, del castigo y del poder establecido.
Y es ahí donde Espronceda demuestra su maestría: bajo la apariencia de un poema de aventuras, esconde una profunda crítica social. El pirata no es un criminal, es un símbolo: el individuo que se niega a ser sometido, que prefiere vivir con riesgo y plenitud antes que seguro pero esclavo. Es un alma libre, un outsider del sistema.
Con un ritmo vibrante, lleno de fuerza y musicalidad, el poema avanza como una ola que golpea los cimientos de la hipocresía social. La métrica fluye con energía, como el viento que empuja el barco, y cada estrofa refuerza la idea de que vivir sin cadenas es el mayor tesoro.
Lo más fascinante es que, de jóvenes, esta carga simbólica suele pasar desapercibida. Solo al releer el poema con más edad, entendemos que no es una exaltación del crimen, sino un canto profundo a la autonomía, la dignidad personal y el rechazo a la obediencia ciega. Hoy, en tiempos de hipercontrol, leyes contradictorias y gobiernos desconectados del pueblo, el mensaje de Espronceda sigue tan vigente como en 1835.
Conclusión
Canción del pirata no es solo un clásico de la literatura española: es un texto vivo, vibrante y cargado de verdad. José de Espronceda, con su talento poético y su espíritu inconformista, convirtió a un pirata en el portavoz de una idea que sigue siendo revolucionaria:
👉 La libertad no se pide. Se vive. Se defiende. Se navega.
Recomendado para: lectores que quieran reencontrarse con la poesía desde otra mirada, amantes de los mensajes ocultos bajo las formas, y cualquiera que valore la libertad como algo más que una palabra bonita.
📜 Canción del pirata
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul:
— Navega, velero mío,
sin temor, que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza,
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
— Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Allá muevan feroz guerra,
ciegos reyes,
por un palmo más de tierra;
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa, sea cualquiera,
ni bandera de esplendor,
que no sienta mi derecho,
y dé pecho a mi valor.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual.
Sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,*
cuando el yugo
del esclavo
como un bravo
sacudí.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
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José de Espronceda (1835)
